¿Dónde está Ernesto Ubierna?

Ernesto, excelente periodista.
::: LITERATURA / SOCIEDAD

::: Esteban Sánchez
¿Dónde está Ernesto? Era la pregunta –o tal vez el grito angustiado– que lanzábamos en la Redacción de la revista de construcción ‘Arte y Cemento’ cuando inesperadamente perdíamos un documento en el ordenador o, simplemente, se nos petaba la pantalla. "Está en el estudio con Juan, ahora viene", contestaba con rutina alguna compañera. Y es que, desde que Ernesto Ubierna vino a trabajar con nosotros recurríamos a él para estas cosas y para otras de máxima importancia porque, aparte de ser un buen periodista ‘todoterreno’ y un gran fotógrafo, tenía –como el famoso MacGyver de la TV– inteligencia para solucionar los problemas. Ernesto Ubierna Alonso, este ángel protector, ha fallecido a los 53 años. 
     Recuerdo que a la llamada, Ernesto acudía amigablemente y poniendo una mano en mi hombro musitaba mecánicamente una orden: “Quita, quita, quita, a ver que le has hecho al ordenador…”. Me levantaba y le dejaba actuar.
     Al cabo de un minuto aparecía el documento perdido o la pantalla comenzaba a actuar al ritmo de un cursor dinámico. Se levantaba y se iba sin más, no sin antes pronunciar uno de sus mantras: “Hay, hay, Esteban, Esteban…”.
     “Gracias Ernesto, majo”. Era mi agradecimiento habitual, pero creo que quedaba perdido en el aire, casi nunca lo oía.

El equipo de Redacción me rodea. De izquierda a derecha, Conchi Moreno,
Blanca Arriola, Encarni González, María Paniagua, Marta Renovales,
Ernesto Ubierna y, en primer plano, Ignacio Echevarria.
     Le queríamos
     Nada más pisar la Redacción de Arte y Cemento, se ganó nuestro aprecio y muy pronto se hizo imprescindible. Hizo mucho en su corta vida y ha sido una lástima que el ‘sistema’ no le haya concedido una prórroga.
     Tras una delicada y breve enfermedad, Ernesto falleció en Bilbao el 19 de septiembre de 2016, y dejó sin apenas consuelo a su esposa, Lourdes Vivanco, y a sus hijos, Iñigo e Iker, aún adolescentes, de los que tanto hablaba en sus entrañables jornadas de trabajo. Nos consta que fue un marido y padre entregado, porque no le podemos imaginar de otra manera.
     Hacía muchos años que no nos veíamos porque yo me jubile de Arte y Cemento en la primera década del 2000 y después no tuvimos contacto, a pesar de que nuestra amistad no se rompió nunca.
     Eso sí, nos encontramos una vez en la clínica oftalmológica IQCO de Begoña (Bilbao) en un momento casual y breve. Yo acudía por mis problemas de tensión ocular y glaucoma y él por otra dolencia oftalmológica que, en su día, le obligó a frecuentar al doctor Barraquer, de Barcelona, y que –como nos comentaba en la Redacción– a veces necesitaba ponerse doble lentillas en alguno de sus ojos.
     Lo encontré jovial, dinámico y entregado al nuevo proyecto de Infoedita Comunicación Profesional, que habían creado entre algunos excompañeros al cerrarse definitivamente el Grupo Arte y Cemento. En la nueva empresa era director editorial de InfoConstrucción y redactor de InfoHoreca y Retail Actual. Además, según me dijo, era vocal de la Asociación Vasca de Periodistas, AVP.
     Lo vi muy ilusionado, detalle que no me sorprendió, porque siempre me había parecido que Ernesto vivía en permanente entusiasmo por las cosas y las personas. De ahí partía posiblemente su magnetismo. Me alegré mucho de aquel encuentro.

Ernesto Ubierna fue un periodista de relieve y muy entregado a su creatividad.
     Estaba allí
     ¿Dónde está Ernesto?, me pregunté por última vez en su funeral, en una basílica de Begoña llena a rebosar de personas que acudíamos para honrar su memoria, no para despedirnos de él, como algunos creían, incluido el sacerdote.
     Ernesto estaba allí, entre nosotros. Le vi cómo abarcaba entre sus brazos a su mujer, Lourdes, y a sus hijos, Iñigo e Iker. Sonreía con sinceridad porque sabía que había cambiado de plano y se encontraba al otro lado del camino.
     En la siguiente ráfaga o destello que llegó a mi mente, le percibí desplazándose entre la multitud que ocupábamos la iglesia. Daba abrazos sin perder la sonrisa, esa sonrisa de convicción, de saber que estaba en un peldaño más arriba, desde donde lo veía todo con más claridad.
     No tuve ninguna duda. Su conciencia –la conciencia de mi amigo Ernesto– se había liberado felizmente de su cerebro ‘y ahora era él’. Teoría que sostienen cada vez más estudiosos de la muerte, entre ellos el neurocirujano norteamericano Eben Alexander, o el doctor en psiquiatría español José Miguel Gaona o el mismísimo doctor Raymond Moody en su libro ‘Vida después de la vida’.
     Lo supe enseguida. Ernesto seguía con nosotros, pero en el cuarto de al lado. Por eso me alegré, sobre todo al sentir inesperadamente una leve presión en el hombro y percibir en mi oído una cálida y conocida amonestación: “Hay, hay, Esteban, Esteban…”.
     “Gracias Ernesto, majo”. Mi vecino de banco me miró extrañado al oír que murmuraba.
     Adormecido en la vetusta ortodoxia de los dogmas oficiales de la Iglesia e hipnotizado por la hueca repercusión en el siglo XXI de la carta de San Pablo a los corintios, el oficiante del funeral no se acordó de preguntar dónde estaba Ernesto. Habló, eso sí, de un padre, un hijo y un espíritu santo con rutina, que los presentes no terminamos de vincular con la hipotética ausencia de nuestro amigo y compañero.


De izquierda a derecha: Gerardo López, Ernesto Ubierna, Esteban Sánchez,
Ignacio Salas, Juan Rivera, Javier Garay y Andrés Paredes.
     ¡Qué poca imaginación tienen los curas en los funerales!, qué poco transmiten, qué poco saben de su oficio… En una rutina milenaria, le echan misterio a la muerte pero muy poca imaginación a la vida, y menos consuelo a los familiares de ‘los que se mudan de cuarto’. Tal vez sea el momento de trasladar los seminarios eclesiásticos a las facultades de medicina psiquiátrica.

     El nuevo
     La llegada de Ernesto Ubierna a la Redacción de Arte y Cemento fue inesperada. Tras la marcha de la redactora Yolanda García y, posteriormente, del periodista Ibon Linazisoro, una mañana nos convocó en su despacho Eduardo González del Castillo,  propietario y editor de la publicación –entonces la más importante de España en el sector de la Construcción y la tercera de Europa– y nos comunicó que en sustitución de los ausentes se integraría en Arte y Cemento un nuevo redactor, Ernesto Ubierna Alonso.
     Ernesto venía del grupo de revistas técnicas Izaro, también de Bilbao y propiedad del editor Alberto Ortega, compañero mío del Colegio Corazón de María –ahora Askartza, en Leioa–, pero entonces, después de treinta y tantos años, yo lo ignoraba.
     El nuevo redactor nos cayó muy bien a todos y se integró sin dificultad al equipo de Redacción, formado entonces por Conchi Moreno, Marta Renovales, María Paniagua, Ignacio Echevarría, Blanca Arriola, Alberto Domingo –entró después–, nuestra secretaria Encarni González y yo, creador del departamento en 1971.
     Al principio de los años setenta, mi vecino de mesa en la Redacción  del periódico El Correo, Luis Olmo –padre y dibujante del personaje ‘Don Celes’– me invitó a incorporarme a la incipiente revista Arte y Cemento, ya que él era el único periodista colaborador de la publicación y necesitaban a un redactor con presencia física en la Redacción, departamento que aún no existía.

Algunas compañeras fueron madres. En el centro sentado, Ernesto Ubierna. .
     Finalmente acepté, pero sin abandonar nunca mis actividades en el periódico hasta mi jubilación en El Correo en 2005. Compatibilicé ambas actividades durante 33 años. Tuve el honor de, a través del tiempo, formar y estructurar la sección  y el equipo humano que, año tras año, la fue integrando, tanto para los temas de construcción como para los de alimentación, hostelería-hotelería y embalaje, que fueron surgiendo a finales de los setenta y principios de los ochenta.
     Por ese motivo, la llegada de Ernesto Ubierna al equipo fue una gran noticia para todos nosotros, sobre todo al comprobar su talla humana y buen oficio.

     Otras cabeceras
     Años antes, a partir de 1978, el grupo ejecutivo de Arte y Cemento había comenzado a crear y sacar al mercado otras cabeceras, como ‘Alforja’, del sector de la distribución y producción de alimentos; ‘Horeco’, de hostelería y hotelería,  y ‘Equipak’, de envase y embalajes.
     Estas cabeceras fueron sugeridas a finales de 1976 por el editor Eduardo González del Castillo. La primera de ellas, ‘Alforja’, comenzó a materializarse con la colaboración de Francisco Javier Pérez Serna, un economista estudioso de mercados y yo mismo, que estructuré sus secciones y contenidos.
     Para realizar esta tarea, en 1977 tuve que abandonar seis meses Arte y Cemento y trasladarme a otras dependencias de la empresa situadas en el centro de Bilbao.
     En 1978, Pérez de la Serna  abandonó este proyecto del sector de  alimentación  y fue sustituido por José Antonio de Blas, exdirector del Economato San Carlos. Bajo el asesoramiento de De Blas fuimos sacando al mercado las otras revistas, ‘Horeco’ y ‘Equipak’. Proyectos a los que fueron incorporándose otros redactores, como Ignacio Echevarría, Marta Renovales, María Paniagua, Ibon Linazisoro, Ernesto Ubierna o Alberto Domingo.

Equipo creador de las primeras cabeceras, de izquierda a
derecha: Eduardo González del Castillo, propietario;
Esteban Sánchez, Fernándo Gómez-Serranillos, Juan
Rivera, Conchi Moreno y Feliciano Echevarría, gerente. 
     Los redactores Blanca Arriola, Ernesto Ubierna, Conchi Moreno y yo nos ocupábamos, principalmente, de Arte y Cemento, mientras que Marta Renovales y Alberto Domingo lo hicieron de Horeco, e Ignacio Echevarria y María Paniagua se centraron en Alforja.
    No obstante, muchos de estos periodistas intercambiaban temporadas y colaboraciones en las diferentes publicaciones. Así, Ernesto Ubierna escribió muchos temas de alimentación para Horeco. Precisamente, en esa época escribió también el libro ‘La cocina con anchoas’, en el que recopiló cerca de 250 recetas elaboradas con este producto en salazón.


    
Generoso y detallista
     Entre todos mis compañeros de la Redacción de Arte y Cemento, recuerdo a Ernesto Ubierna como una persona generosa y entregada a cualquier cometido. En el contexto de su espíritu crítico –que lo tenía, y mucho–, se portó siempre de manera honesta y sincera, detalles que le agradeceré siempre, como también le agradecí en su día una magnífica fotografía de gran tamaño del Museo Guggenheim, sacada por él, y que hoy adorna mi despacho particular estratégicamente enmarcada.
     En otra ocasión tuvo la gentileza de mandar ampliar un viejo mapa de Bilbao del siglo XVIII    (prácticamente las Siete Calles y el Ensanche) y facilitarme una de aquellas copias, que refleja una joya histórica del Bilbao entrañable que él tanto quiso, defendió y divulgó allí donde pudo, que fueron muchos sitios.

Acto de reunión de departamentos. Ernesto Ubierna, el tercero por la izquierda.
     Finalmente, no podré olvidar nunca mi último día en Arte y Cemento. Al final de la jornada, y simulando una improvisación, Ernesto había preparado adecuadamente la ‘mesa de los cumpleaños’ en la que, entre otras cosas, destacaba un magnífico reloj rústico de arena y una brújula abatible de alta montaña. Dos regalos que, en nombre de toda la Redacción, él se había encargado de elegir y comprar personalmente, con el buen gusto y acierto de siempre.
     “Este reloj es para que midas el tiempo que vas a recuperar ahora que te jubilas y nos vas a perder de vista a todos. Y esta brújula es para que no pierdas nunca el norte en tu vida a partir de ahora y, de paso, para que te orientes cuando subas a los montes Pagasarri y Ganekogorta”…
     “Gracias, Ernesto, majo”. Sé dónde estás, y algún día te lo volveré a agradecer espiritualmente. 



Ernesto Ubierna fue, además, un fotógrafo-artista muy creativo. En esta ocasión preparó su propia autofoto.