Croacia: mucho color y sabor

Mercados generosos en colores vivos.
A GASTRONOMÍA / TURISMO
 
¡ Cristina M. Sacristán (Texto y fotos)
El paseo por Zagreb está lleno de atuendos coloristas, de sombrillas rojas y de tomates y frutas del bosque rojos y aromáticos, en el Mercado de Dolac, en los puestos ambulantes… y, a la hora de sentarnos a la mesa, lo mejor de lo eslavo y de lo mediterráneo regalarán a nuestros sentidos unos ratos de cocina mimada, de detalles propios de aquella tierra, de color y sabor y, para redondear esta experiencia feliz, de precios aún asequibles. Y es que la Unión Monetaria todavía se hará esperar.
     Como se sabe, Croacia acaba de estrenarse como miembro número 28 de la Unión Europea. Como si hubiera sido un mal sueño, el país balcánico ha dejado atrás el tiempo de contiendas y dolor para mirar al frente con una capital renovada, repleta de luz, de árboles y flores, de museos de interés, de terrazas y representaciones callejeras…

Marin Piljac posa en el Pod Grickim Topom.
     No es justo que la primera cena en Zagreb, tras algún retraso aeroportuario, tenga lugar en el Okruglijak. Este restaurante centenario, situado en un entorno idílico –tanto que las parejas lo escogen para su álbum de bodas- nos llena los platos, nos atiende con esmero, las mesas tienen velas y flores, un pianista toca en la sobremesa… Con ese festín quién puede sentirse mal en este país aún por descubrir. Ivan, el maitre, no entiende bien el término “estoy llena” y trae generosas viandas. Y, para que vayamos conociendo la gastronomía autóctona, no faltan las coloristas ensaladas, los mincli –que sirven de guarnición para la carne- y las strudl de postre.
     Los mincli nos recuerdan en parte a los pierogis polacos, pues están compuestos de pasta y son compactos. Hay que tener en cuenta que en estos países que miran al Este los inviernos tocan los -20 grados de temperatura, aunque en este viaje nos encontramos en junio, empezando el verano, y esos platos copiosos pueden llegar a fatigar. El chocolate es uno de los reclamos gastronómicos de Croacia, y junto a él los dulces en muy diversas versiones. Los strudl –como en Alemania, con manzana y hojaldre- son deliciosos, todo un capricho.


Las ensaladas mediterráneas se acompañan de denso aceite de
oliva y vinos blancos croatas.
     Antes nos ha llamado mucho la atención cómo han compuesto unas bolas de jamón y nata (strukli), frescas, apetecibles. El jamón está muy bueno y una especie de chorizo –kulen- se deshace, como si fuera sobrasada catalana. Todo está de primera, y desde luego acompañan los vinos, pues en Croacia se presta mucha atención a este capítulo. Y, al final, es probable que nos den a probar un licor, travarica. Los hay de diferentes tipos: más fuertes, más dulces… Ricos.
     Nuestro recorrido zagrebí –o agramita- está marcado por la exuberancia de la naturaleza: los pájaros cantan, contentos con tanto arbolado, y las numerosas flores añaden color a una ciudad alegre y vistosa. Y las ensaladas nos retrotraen a Grecia, donde también los tomates eran auténticamente rojos y con sabor y el resto de productos de la huerta, vivos y coloristas. Así las disfrutaremos en Zagreb, regadas con un denso aceite de oliva, omnipresente en las mesas.

Una sopa de rábano y su chorretadita de aceite de oliva, una delicia.
      Platos personalizados
     Es difícil comer mal en Zagreb, y además en los restaurantes a veces se toman su tiempo para servir la comida porque la miman. Cada plato es un trabajo personalizado. Y eso se nota. Las guarniciones son cuidadas, las salsas son preparadas con esmero, los aliños son creativos… No fallarán ni los productos del mar ni las carnes. Y no hablamos de precios desorbitados.
     En la Upper Town de la ciudad, el Mercado de Dolac es un espectáculo en este sentido, con ese elenco de tomates, pimientos, lechugas, frutas… de gran color y aroma. No muy lejos, cerca de la espléndida iglesia de San Marcos y del Museo de las Relaciones Rotas, nos sumergimos en el Pod grickim topom (El cañón de Grick), un oasis mediterráneo que produce tranquilidad e induce a la charla distendida. Para ello, el propietario tiene mucho que ver, con su simpatía y su chapurreo en italiano. Colocan el aceite de oliva sobre la mesa, panes de diferentes tipos, agua y vino blanco –Merlot de Drnis, luego sacarán tinto para la carne- y el vinagre. Hay una sopa, que llaman de rábano, que resulta una fina y absoluta exquisitez, pero pasamos unos minutos intentando descifrar qué lleva –si acelgas, si espinacas…- y no nos desvelan el secreto. Será para que volvamos. La única certeza es que lleva una buena chorretadita de ese aceite con tanto cuerpo, y que marca impronta a la casa…

Bandejas copiosas, en este caso de kulen (embutido) y suaves y frescas strukli.
     Con este marco, y en un ambiente veraniego, la comida se convierte en un rato feliz. La sepia está deliciosa y el pescado Jean Pierre, buenísimo. A la hora de dar cuenta de las chuletas de cordero, y la ternera, el estómago está más vago. Por último, unas frutas del bosque y más strudls y palacinkes redondean la sensación de nube. Junto con los chupitos de travarika.
     Un elemento a tener en cuenta son las terrazas. Es un placer sentarse en una de las muchas que hay por el centro de Zagreb y ver pasar los diferentes rostros, los atuendos y su mezcla con los extranjeros. Hay que tener en cuenta que el turismo conforma el 14% del PIB de Croacia y que, por ello, los visitantes son numerosos. Pues en las terrazas nos servirán con una sonrisa, pero no notaremos que nos agobian para cobrar. Al igual que otros países del entorno, aún quedan esas ‘herencias bondadosas’ del comunismo...

Unas tostadas con tomate y queso, ideales para las noches de verano.
     Para cenar, en medio de una alegre algarabía callejera, escogemos el Agava. Se encuentra en una terraza sobre la calle Tkalciceva, donde se enclava la tienda Bilbao, cuyo dueño es vasco y su mujer, croata. Hace calor y las botellas de agua se suceden. Es común que nos saquen un agua riquísima, oriunda, de marca Jana. Parecemos esponjas y vamos equilibrando el calor corporal gracias a esta bebida autóctona.
     Berenjena rellena de queso gratinado, solomillo acompañado por mincli, unas tostadas con tomate y queso… resultan un acierto. Las guarniciones son, como siempre, detallistas, y los platos tienen especias espolvoreadas. Una copa de frutas del bosque, llena de color, pone el broche a una cena placentera.
     Como curiosidad, por las calles de Zagreb nos repartirán pequeñas muestras de diversos productos. Lo normal es encontrarnos con vendedores de corazones –el símbolo de la ciudad- o músicos o guardias ataviados de época. Entre los regalos ambulantes que podemos recibir, nos dan en la Plaza Bon Josip un paquete de Cedevita, un refresco que se mezcla con agua y que allí beben mucho. Tiene su gracia preservarlo hasta la vuelta a Bilbao, y paladearlo en casa.

Los palacinke son un ejemplo de los deliciosos dulces croatas
     Muchos turistas llegan a Croacia y se ponen morados a pasta y pizza. Es cierto que, por cercanía e influencia, la pasta está rica allí, pero sería un error incurrir en tal tópico. Especialmente en un lugar donde la oferta de brochetas, pollo, sepia, marisco, sopas, ensaladas, carnes… es amplísima y bastante asequible. Además, en Zagreb podremos probar el Piroska, dulce de origen húngaro, y los Palacinke, una especie de crepes dulces, que pueden acompañar a helados, además de los citados strudl, que los podremos comer en diversas versiones, tal y como ocurre con los deliciosos chocolates croatas.


En el mercado de Dolac, los tomates y otras hortalizas atraen por su color.