Alfonso García: 'Botillo navideño en el Caribe'

Alfonso García, escritor y periodista.
::: LITERATURA /GASTRONOMÍA

::: Emilio Soto
El escritor, poeta y periodista leonés y berciano, Alfonso García –Premio Nacional de Lectura–, es un intelectual que promociona allí donde tiene ocasión la literatura, la gastronomía y la enología de su tierra. No lo puede evitar porque va implícito en la vitalidad de sus genes. Con motivo de la ‘IX Semana Cultural Gastronómica del Botillo’, organizada recientemente por el Hogar Leonés de Bilbao –presidido por Ángel Muñiz–, el escritor hizo la introducción del típico acto culinario leyendo un ameno y ejemplarizante cuento titulado ‘Botillo navideño en el Caribe’, por cuyo interés literario y entrañable espíritu de hermandad entre culturas, lo reproducimos aquí íntegramente.
          Cuento ‘Botillo navideño en el Caribe’, del escritor y periodista Alfonso García:

Cartaya, fiel a su puro y a su sombrero, muestra
con orgullo una fotografía con Raúl Castro.
      “Cuando vuelva, traiga chorizo de su tierra. Yo me encargo de preparar los mejores garbanzos con chorizo del mundo. Nunca jamás habrá probado nada igual”. Lo dijo convencido, seguro de sí mismo. Podía testificar que los asuntos de cocina, a pesar de tantas limitaciones, no se le daban nada mal, todo lo contrario, a este negro desgarbado y enorme. Para despedirme, preparó un arroz a la cubana de aquí te espero. Compartí mesa y mantel aquel día con él y su mujer, dulce ella y refrescante como el jugo de guayaba.
     “Yo soy hijo de la calle –me dijo en el almuerzo-, y las calles de La Habana siempre fueron buena escuela. No sabe usted qué duro era en aquellos tiempos ser negro en Cuba, y, además, pobre”. El comandante Cartaya se refería a los tiempos previos a la revolución. Lo bautizaron ‘el negro Thomsom’ cuando jugaba al béisbol, de niño, al parecer por las características que lo acercaban a un conocido jugador americano.
     “No lo olvidaré, comandante”, le aseguré cuando el taxi estaba a punto de detenerse ante nosotros. “Nunca olvide que los compromisos cumplidos hacen ejemplares las conductas humanas”. 

     
“No lo olvidaré, comandante”, le aseguré cuando el taxi estaba a punto de detenerse ante nosotros. “Nunca olvide que los compromisos cumplidos hacen ejemplares las conductas humanas”.

"Fidel me encargó el Himno del 26 de julio de 1953", dice Cartaya.
    El temor de la espera
     Sonreí desde la ventanilla. Le guiñé un ojo. Seguro que entendería fácilmente que me estaba refiriendo a esa manía suya por las frases redondas, esas que, con frecuencia, pretenden justificar cualquier cosa, siempre bajo la mirada de las consignas.
     El aeropuerto ‘José Martí’ tiene un espacio reservado a fumadores, un espacio de humo acumulado, flotante y vivo. Las disculpas de un largo viaje me empujaron a llevar conmigo parte de aquella atmósfera intensa y cargada. Las esperas de los aeropuertos encierran siempre un temor oculto que las hacen aún más largas. Da tiempo a leer sin saber muy bien qué lees, a pasear mirando sin fijar con claridad el objetivo, a pensar volando por las ramas de los sueños con frecuencia.
     La recomendación de Cartaya llegó, inevitable. Por la cercanía. Estaba dispuesto a cumplirla. Y con creces.

El botillo flanqueado por los cachelos, el chorizo y el repollo.
     Recordé el día que lo conocí, gracias a un periodista leonés que, hoy ya jubilado, trabajaba entonces en el periódico Gramma. ¿Quién dijo que no existían los misterios? Comimos juntos entonces un grupo reducido, diez exactamente, y la figura del comandante acaparó todo el protagonismo durante la sobremesa, prolongada hasta bien entrada la noche.

     El himno de Cartaya
     “Fidel me encargó –dijo- el Himno Revolucionario del 26 de julio de 1953, pocos días antes, mientras esperábamos el asalto, previsto para ese día, a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo. El primer título que le puse fue Marcha de la Libertad”.

Avelino Arias pone a punto la queimada.
   Estaba de pie. Muy alto. El pelo, generoso y blanco, como las cejas, contrasta con la intensidad de la piel. Fuma un buen puro, bueno de olor y tamaño, y bebe cadenciosamente ron añejo. “Añejo, como yo”, suele decir. Es una figura interesante, atractiva.
     Hubo una pausa. El silencio inundó la terraza al señalarme con el dedo. “Allí estaba –continuó, con la mueca sonriente de quien recuerda con cariño– Felipe Seijas. Era de su tierra –clavó entonces su mirada penetrante en la mía–. Listo aquel gallego…  Bueno, entiéndame… Berciano, de Bembibre, decía siempre. Lo tenía a gala. Él me hizo algunas observaciones mientras componía el himno, urgido por la insistencia de Fidel, que lo quería todo de hoy para mañana. Felipe Seijas murió en el asalto al cuartel de Bayamo. Un buen tipo”.
     Felipe Seijas le metió en el estómago a Cartaya las pasiones de chorizos y longanizas, aunque siempre subraya el comandante –lugarteniente de Fidel Castro en algunos lances históricos–, su adobo con pimentón, “joya americana”, como le gusta aún subrayar. Ya se sabe cuánto aprecian los cubanos la carne de cerdo, en cuya preparación son también maestros. 

Ángel Muñiz, presidente del Hogar Leonés de Bilbao, presentó a Alfonso García.
     Seijas probaba fórmulas aprendidas de joven en su tierra, antes de llegar a la isla reclamado por un tío lejano para trabajar en su propio comercio de tejidos, en la calle Neptuno. Los días se hacían largos en aquellos bosques tupidos y montañosos mientras esperaban la orden de asalto a los cuarteles.
     Pregunté dónde estaba enterrado el berciano. El silencio se hizo denso. Y la mirada del comandante, triste.

    
Regreso a La Habana
     Algo misterioso se enciende en la atmósfera de La Habana que siempre invita al regreso.  Nuevos compromisos, siempre bienvenidos y aceptados, me obligaban a estar en la capital cubana durante veinte días.
     Llegué el 21 de diciembre de 2008. Era noche cerrada y calurosa. Un contraste duro para quienes, como yo, llegábamos desde tierras de frío y nieve.

El relato sobre el botillo navideño en el Caribe interesó mucho a los comensales.
     A veces uno no se explica los trámites de aeropuertos como éste, tan severos con frecuencia, indolentes a veces hasta la dejadez. Tuve suerte en esta ocasión. Un amplio bolso de mano pasó sin que nadie le prestase atención, cuando la amarga experiencia de los dos últimos viajes tuvieron que ver con el decomiso de embutidos y chacinas, comprobantes que conservo firmados, como aceptación, por mí mismo y por el funcionario, la funcionaria en ambos casos, del Instituto de Medicina Veterinaria de la República en el aeropuerto internacional.
     Exultante, llamé a Cartaya para anunciarle la recomendación cumplida. “¿Qué, cenamos juntos el día de Nochebuena?”, preguntó para reafirmar la invitación. “Sí, comandante. Un grupo de amigos, a los que conoce en su mayoría”, le contesté.

El ponente charla en los postres con los periodistas especializados.
     Éramos dieciséis. Al grupo de la comida en que conocí al ‘Negro Thomsom’ –me gustaba más este nombre, redondo y musical, aunque nunca lo llamé así–, se añadieron cuatro personas más del mundo de la cultura y un Consejero de la embajada española con su mujer.

     Vino del Bierzo
     La celebración tuvo lugar en casa de Lise, una poeta que, además, acababa de ser reconocida con la Distinción ‘Cisne Salvaje’ por su destacada trayectoria. Su casa, espaciosa y abierta, permitía el encuentro con comodidad, en el Reparto Kolhy, un barrio tranquilo apartado del bullicio.

Pedro Mari Arteche, Juanjo Alonso, Roberto Alonso y
Miren Reino, expertos en recetas tradicionales del Bierzo.
     “¿Y este vino?”, preguntó Teo, el escultor de la madera cuyas creaciones tanto me interesan. “Vino berciano”, repuso el Consejero. “En La Habana hay vino berciano, ¿qué pensáis? ¿No sabéis…?”.
     “Fidel, el Comandante Supremo –interrumpió Cartaya–, está empeñado en que la isla produzca vino. Y un berciano está al frente del proyecto. Pero, al final, brindaremos con ron, que he traído un par de botellas. ¿O no es este un hermanamiento?”, se reía de forma contagiosa, y su blanquísima dentadura resplandecía radiante.
     Aparecieron en ese momento varias fuentes humeantes, y no es tópico ni se le parece, con botillos llenos de fortaleza y color, cachelos, chorizos y berza. El comedor y la escalera que ascendía al piso de arriba se llenaron de un aroma especial al que la mayoría de los presentes no estaba habituada. Les indiqué, aunque no hiciese mucha falta hacerlo, que el Bierzo es una tierra rica en aromas y perfumes inolvidables.

Los asistentes atienden interesados y divertidos al final de la lectura del cuento.
     “Felipe Seijas –rompió el instante de mágica curiosidad Cartaya– me había hablado del botillo, aunque nunca llegó a decirme qué era exactamente”. Se lo explicó el Consejero, leonés del sur de la provincia, de la tierra del bacalao para ser exactos.

     Secretos del botillo
     Yo llevaba preparado algún texto por si me correspondía como anfitrión, vamos a decir que anfitrión circunstancial. “Lo explico con unos versos –dije mientras desplegaba un folio que llevaba en un bolso de la guayabera– que a mediados del siglo pasado escribiera Vatemar”:
      “… y para hacer el botillo / se seleccionan los huesos / de costillas y cabeza, / con algo de chicha en ellos. / Antes de ser adobados / con ajo, sal y pimiento, / del tamaño de pulgada / se han de cortar con esmero. / En esta zorza picante / se echa una mota de orégano / y el revoltijo se embute / en tripa gruesa de cerdo, / partida en sacos de “a cuarta” / sobre poco más o menos. / Se cura al humo unos días / y cuando brilla el pellejo / como la piel de un etíope, / que semeja estatua de ébano, / sin más requilorios ya / se zambulle en el puchero…”.

El cocinero berciano, Avelino Arias Pérez, autor del menú del botillo y de la
queimada, debate puntos de vista con algunos comensales.
     Rieron todos la explicación. Excepto los tres o cuatro que conocíamos el producto, todos permanecían al acecho, de reojo, a que alguien diese el primer bocado. Son los pequeños misterios, claro, de la novedad.
     Fue entonces cuando tomé nuevamente la palabra. Me puse de pie: “Estos son los cuatro últimos versos de un sermoncillo… que el escritor Antonio Pereira dedicó al manjar que estamos a punto de catar: Yo levanto mi mano entre las mesas –recité solemne–/ y las bendigo en son de paz y bien, / con un verso abundante de promesas, / que el botillo nos valga siempre, amén”.


     Los platos vacíos
     Aplausos y risas. Satisfacción. Hermandad. La conversación, siempre festiva, recorrió desordenada por los más diversos argumentos.
     “Es la primera vez, o la primera vez que recuerde –apuntó Lise– que salgo en esta noche de la pierna de cerdo asada, bien mezclada en el mojo. El lechón tierno, como decía mi madre, una maestra de la cocina. Hoy sigue siendo la carne más apreciada por los cubanos…”.

Periodistas gastronómicos escuchan al escritor Alfonso García, a la derecha.
     Lo cierto es que los platos estaban vacíos. “No me habré quedado corto…”, apunté, tímido. “No, es que nosotros –sentenció Cartaya– hemos estado largos  –y rio el contraste de palabras–  de ganas por este manjar. Un verdadero manjar. No estaría de más proponerlo para festejar la próxima revolución”.
     ¿?
     “Es verdad –Ángel, el periodista de Gramma rompió la pregunta dibujada en las miradas– que bercianos ilustres extienden por el mundo el culto al botillo…”. “… bueno, ojalá me quede el honor en la letra pequeña de su historia –dije, un poco desconcertado– de haber sido testigo de la primera botillada cubana…”.
     Propuso entonces Cartaya un brindis por el acontecimiento. Y a su término, me emplazó, sin más, a la repetición. Sin dejar de advertir su interés por “ese tal Pereira”, se descubrió y me entregó su inseparable sombrero. Blanco.

'Me regaló su sombrero'.
     “Guárdelo –me dijo con ademán de orgullo–. Es una referencia histórica. Lo llevaba puesto el día del asalto a los cuarteles…”.
     Ocupa un lugar destacado en mi despacho.
     Tengo preparado ya el volumen de ‘Todos los cuentos de Pereira’ recientemente editado.
     Pronto prepararé los botillos que viajarán a La Habana. Faltan sólo unos días para un nuevo viaje, y quiero ser generoso. El botillo ha entrado en Cuba con buen pie, con muy buen pie para ser exactos, y pienso ampliar la lista de comensales.
     Todo depende ahora de la suerte que tenga en la aduana.
      
       Alfonso García Rodríguez (Escritor).



Cartaya, revolucionario cubano.
Documentación
Agustín Díaz Cartaya
Músico, poeta y revolucionario habanero. Compositor del ‘Himno del 26 de julio’. Compuso, además, otras seis marchas, entre ellas la de ‘América Latina’, en 1963. Amigo de Fidel Castro, compuso, además, las otras dedicadas a la Tricontinental, en 1966, a la Columna Juvenil del Centenario, en 1968, a los Comité de Defensa de la Revolución, en 1980, a las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en 2006, y a la Unidad de los pueblos, en 2007. Además, Casrtaya es un reconocido gastrónomo –“aficionado”, según él– en su Habana ‘liberada’.

     IX Semana Cultural Gastronómica del Botillo
     Del día 16 de noviembre al 4 de diciembre de 2013 se ha celebrado en Bilbao la IX Semana Cultural Gastronómica del Botillo, organizada como ya es habitual por el Hogar Leonés, capitaneado por su dinámico e incansable presidente Ángel Muñiz, que siempre que puede acerca a la capital vizcaína a las personas más relevantes de la cultura, gastronomía y enología de León, tanto del norte (Bierzo) como del sur de la provincia.
     El programa de actos de la IX Semana estuvo muy cargado y fue generoso en encuentros, conferencias y manifestaciones literarias y de actos sociales. 
     -- ‘Riqueza y diversidad de la gastronomía leonesa’.- Precisamente, el primer evento lo protagonizó también el escritor Alfonso García Rodríguez, que dio una conferencia en el Hogar Leonés el 16 de noviembre de 2013, en la que habló de la variedad gastronómica leonesa.

De izquierda a derecha, Álex Oviedo, Seve Calleja, José Ramón Blanco y
Ángel Muñiz, en uno de los actos culturales de la IX Semana del Botillo.
     -- IX Degustación del Botillo.- El 23 de noviembre se celebró en el restaurante de La Casa Vasca –dirigido por el leonés Tomás Sánchez– la IX Degustación del Botillo, cocinado por el experto chef berciano Avelino Arias Pérez, con la colaboración del equipo de cocineros de La Casa Vasca.
     Este entrañable encuentro fue presentado por Ángel Muñiz, como máxima autoridad del Hogar Leonés de Bilbao, e introducido y amenizado por la lectura del cuento ‘Botillo navideño en el Caribe’ a cargo de su autor, el escritor Alfonso García, que recibió una clamorosa ovación de los comensales.
     El menú del Botillo estuvo compuesto por lacón con pimientos del Bierzo; carpacho de cecina de León y queso de cabra de Vegadarte; botillo con cachelos, chorizo y repollo; manzana reineta del Bierzo asada; vino ‘Gran Bierzo’, y queimada.
     -- ‘Cuentos y cuentista entorno a Bilbao’, del escritor Seve Calleja. Este encuentro cultural tuvo lugar el 27 de noviembre en la sede del Hogar Leonés y en él participaron en un interesante coloquio y aportaciones anecdóticas el periodista Alex Oviedo, el editor José Ramón Blanco y el propio Seve Calleja.
     -- Presentación del libro ‘Baciyelmo’, de la escritora Blanca Sarasua, que tuvo lugar el 4 de diciembre de 2013 en los salones del Hogar Leonés, cuya introducción corrió a cargo, asimismo, de Ángel Muñiz.

El autor del cuento, Alfonso García Rodríguez, habla con los periodistas gastronómicos. De derecha a izquierda, el escritor, Javier Reino, Esteban Sánchez, Roberto Alonso, Juanjo Alonso y Pedro Mari Arteche.