“Hermana, el Espíritu Santo no visita el Cónclave”

Sor Inocencia lee la carta.
A EDITORIAL

¡ Carta de las CULTURAS
Estimada hermana Inocencia:
En contestación a su reciente carta, le comunicamos que en esta ocasión el Espíritu Santo tampoco visitará el Cónclave del Vaticano. No estará porque  –según dicen los que lo invocan– es santo, y por tanto está obligado a repartir equidad en la perfecta obra de Dios, sin la tentación de escoger. Y sobre todo, porque es espíritu y, al igual que la luz en el agua,  no puede mezclarse ni tocarse con la materia, encarnada en este caso en hombres que se autodefinen embajadores de un Dios que los ha creado. Va contra la razón –y más contra la fe– que el Espíritu Santo, por la esencia divina que se le atribuye, se involucre en pugnas materiales de los cardenales cuando buscan un poder terrenal no exento de codicia, como demuestra la Historia.
     Pero no se alarme, sor Inocencia, porque este tema no es de escándalo ni tampoco son dogma de fe los viajes astrales del Espíritu Santo, “tercera persona de la Santísima Trinidad nacida del amor entre el padre (Dios) y el hijo (Cristo)”, de acuerdo con lo establecido por la Iglesia Católica. 
     La cuestión parte, según la Historia, de que un solo Dios no era suficiente para satisfacer las necesidades de amparo de unos creyentes acostumbrados a convivir con numerosas deidades grecorromanas de la época precristiana.

Los cardenales protagonizan un Cónclave no exento de argucias y maniobras.
     Ese afán multiplicador del ‘Dios único judío’, en el que creyó siempre Cristo –que nació judío, vivió judío y murió judío, mientras alguien  demuestre lo contrario– fue una decisión de los autoproclamados herederos del propio Jesús, que se empeñaron en crear un credo, una fe, diferente a las existentes. Pero no podían hacerlo mostrando un solo Dios porque era muy poco, necesitaron dividirlo en tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
     El Espíritu Santo, la tercera persona, utilizada por la Iglesia como el 'todoterreno' de las deidades es, al parecer, la más socorrida para rotos y descosidos. Por eso, los cardenales la invocan, entre otras ocasiones, en los menesteres de la elección del Papa.
   Sin embargo, esa invocación la hacen con la boca pequeña, ya que ellos saben que en cuestiones de gobiernos terrenales sirve de muy poco la 'colaboración' divina, por muy mañoso que sea el verbo.
     Los propios cardenales se lo toman a risa y, si no, vaya un ejemplo. Desde hace bastantes años siempre que se reúnen los en el Vaticano con ocasiones de los Cónclaves, corre entre ellos, de boca en boca, el mismo chiste 'de siempre', y al escucharlo,  todos los cardenales fingen una fuerte carcajada, simulando que lo oyen por primera vez:
     “Dicen que estaban hablando Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo y cada uno mostró a los demás un deseo. Dios dijo ‘tengo ganas de volver a visitar el Paraíso porque desde que eché a Adán y Eva no sé cómo está la finca’. El Hijo les mostró su deseo de volver a Jerusalén “para entrar en coche y ver cómo se vive allí en la actualidad”, y el Espíritu Santo dijo: ”Yo quiero ir al Vaticano porque me han dicho que es impresionante y no lo he visto nunca…”.

     Cuestiones cercanas
     Aparte de las bromas, este tema tiene la seriedad que tiene, y nadie debe darse por ofendido, hermana. Las religiones en la Tierra son muchas, algunas parecidas y otras muy diferentes. Pero todas emanan de aquí, de nuestro propio planeta –pensamiento humano– y confían sus cometidos y anhelos  hacia cuestiones cercanas y cotidianas de la propia Tierra. Incluso piensan que el ‘cielo’ o el ‘paraíso’ están ahí, apenas un poco más allá de la estratosfera. 

La paloma, símbolo del amor entre Padre e Hijo.
     Los creyentes no piensan ya en un Dios creador, ya que los dirigentes de la mayoraía de las religiones tratan de escamotearlo y enmascararlo detrás de 'personajes humanos 'ntercesores' (santos) o imágenes de escayola, madera o cartón piedra que tanto abundan en las iglesias católicas. Ídolos que el mismísimo Moisés llamaría ‘becerros de oro’ antes de volver a romper las Tablas de la Ley, decepcionado y abatudo.
     Es cierto, hermana. Los dirigentes de la Iglesia Católica, por ejemplo, han conseguido que los ‘creyentes’  apenas piensen en Dios, en el verdadero creador, ajeno a inciensos, boatos y ceremonias protocolarias que nada tienen que ver con una hipotética existencia celestial, o de un Ser creador que no necesita intermediarios ni embajadores en ningún lugar del Cosmos.
    Tanta beatería dogmática ha apartado del creyente la idea del valor y la inmensidad de Dios, la idea de su gran obra en el espacio, entendido en todas sus acepciones. No son conscientes -porque se lo han ocultado la mayoría de las religiones-, de que unos minúsculos granos de polvo cósmico han traído la vida, la existencia y la inteligencia a nuestro planeta. Qué pocos en el manto de la noche y mirando a las estrellas, han abierto los brazos al infinito y han gritado en su interior ¡Gracias, madre!, ¡Gracias, Padre!
     La cultura es lo que tiene,  ya nadie lo discute. Nuestro origen está allí, en la energía espacial creada por un Ser Superior. Todo lo demás son protocolos, ritos y ceremonias de sumisión, más que a Dios, a los hombres con poder que dominan a sus semejantes embaucados, a los que no les dejan margen para pensar que Dios ha creado un Universo, un Cosmos enorme, lleno de miles de millones de trillones de sistemas solares como el nuestro, donde el número de planetas como la Tierra es casi infinito. Ante eso, ¿qué muestra el Estado del Vaticano, la Santa Sede o el mismísimo Papa?

El amor entre Padre e Hijo, convertido en Espíritu Santo.
      Intereses terrenales    
      ¿Por qué pensar, entonces, que una de las tres personas de Dios –según la división cristiana-católica– va a estar pendiente de la reunión de 115 sumos sacerdotes -similares a los que prendieron y condenaron a Cristo- que pretenden, con muchos recelos y enfrentamientos, elegir al Sumo Pontífice de 1.200 millones de católicos de la Tierra, y al presidente de un Estado europeo de 0,439 kilómetros cuadrados y 1.000 habitantes escasos? ¿No tendrá cosas mejores que hacer, o es que algunos hombres 'crean' a los dioses para servirse de ellos?
     Alguien puede pensar que todo esto es cuestión de fe, y el que no la tiene no debe meterse en estas cuestiones. Cierto. Esto mismo tenían que haber pensado muchos misioneros católicos, cristianos y de otras religiones, antes de entrometerse en civilizaciones ajenas con el ánimo de evangelizar mediante una fe intrusa y, a veces, muy manipuladora y agresiva, a seres humaos que tenían otra fe más cercana y, a veces, más pacífica. Por eso, la fe no debe ser nunca el pretexto, y mucho menos el argumento.
     Estimada sor Inocencia, tal vez sea mejor que dejemos al Espíritu Santo en paz en su viaje astral. Nadie debería comprometerlo con intereses egoístas y mundanos. Ya lo dijo hace más de 2.000 años ese gran filósofo, pensador y humanista llamado Jesús: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
     Mezclar ambas propiedades es perverso, y lo hacen con frecuencia en el seno de numerosas religiones, y también en el Vaticano. Parece que muchos que se consideran sus seguidores, han vuelto a olvidar las verdaderas intenciones y brillantes lecciones del Maestro.
     Que el Dios auténtico, no el manipulado por los hombres, la guarde, hermana.