Reafirmación francesa de la heroicidad de la Bastilla

El cónsul francés Sameh Safty. 
::: TURISMO / SIOCIEDAD

::: Esteban Sánchez
Francia y España se encuentran en un momento dulce en su colaboración mutua en cuestiones políticas de diferente naturaleza, tanto dentro como fuera de la Unión Europea.”Y así deben seguir las cosas durante mucho tiempo…”, afirmó el cónsul francés en Bilbao, Sameh Safty, el pasado 13 de julio en su recepción a más de 300 personalidades con motivo del Día Nacional de Francia, que se celebró al día siguiente, 14 de julio, fecha de la conquista de la Bastilla.


   Acontecimiento que supuso el inicio de la Revolución Francesa en 1789, y ahora, 229 años después, sigue muy viva aquella gesta, tanto en el país vecino como en sus embajadas y consulados.

La Plaza de la Bastilla es hoy uno de los atractivos de París.
     El cónsul –acompañado de su esposa Martine Dorival-Safty–, tras un largo recibimiento tuvo la oportunidad de saludar personalmente a cada uno de sus invitados.
     En su alocución, señaló, entre otras cosas, que Bilbao es “una ciudad acogedora e integradora”. Dijo que Francia y España tienen una visión similar sobre Europa, que “debe estar basada en los valores de una democracia viva”.
    Al finalizar su intervención, la Coral de la Alianza Francesa de Gijón interpretó 'La Marsellesa', himno nacional, así como en referencia a esa simbiosis con España y Euskadi, también se pudo escuchar la entrañable madera de una afamada txalaparta y la cuerda de una bucólica arpa.

     Una cita popular
     La famosa Bastilla –legendaria fortaleza medieval– es asediada y conquistada en la memoria de todos los galos, que celebran esta fecha popular como testimonio del inicio de la Revolución Francesa. 

El cónsul, delante de la Coral de la Alianza Francesa de Gijón  
     Pero, curiosamente, en nuestros días son los turistas procedentes de todo el mundo quienes ocupan su ‘espacio-contorno’ marcado en el pavimento de su plaza parisina. Nuevos tiempos, nuevos sentimientos.
     Aquel escenario de entonces, polvoriento con olor a sangre y pólvora, actualmente ha cambiado su sentido y función urbana. Ahora, 229 años después, sufre otro asedio de naturaleza más lúdica, tranquila y rentable.
     Ahora, el turismo procedente de todas partes del mundo, quiere rendir el tributo de la curiosidad a la hazaña de aquella muchedumbre desarrapada, que no le importó morir para terminar con el despotismo y el abuso de poder.
Una actuación de txalaparta hermanó Euskadi con Francia.
      Ruinas de gloria
     Como se sabe, años después de ser tomada, la fortaleza fue derruida y en su lugar –hoy marcado el contorno para el turismo–  se construyó una plaza con el nombre de Le Bastille (fortaleza-prisión) en honor a los que terminaron con ella y comenzaron la Revolución Francesa.
     Desde entonces, todos los años, coincidiendo con el 14 de mayo, es muy visitada y transitada por turistas internacionales.  El foráneo que se aproxima al lugar, lo primero que ve es la Columna de Julio, que mide 46,3 metros de altura y se sitúa en el centro de la plaza de La Bastilla.
     Y no es una columna cualquiera. Su base circular está hecha de mármol blanco. Por encima, un pedestal rectangular luce varios medallones en los que figuran: la Cruz de Juillet, la cabeza de una Medusa, la Constitución de 1830 y el símbolo de la justicia. 

Más de 300 invitados acompañaron al cónsul Sameh Safty.
     Está coronada por una escultura de bronce dorado realizada por Auguste Dumont y llamada ‘El Genio de la Libertad’. En una placa situada al pie de la columna puede leerse: “A la gloria de los ciudadanos franceses que se armaron y combatieron por la defensa de las libertades públicas en las memorables jornadas del 27, 28 y 29 de julio de 1830”.
     En la plaza destaca la obra maestra del ingenio tecnológico de la Ópera de la Bastilla, con sus cinco escenarios móviles, tras la que se sitúa el Hospital des Quinze-Vingts.
     Allí se halla un teatro de ópera moderno, llamado también ‘La ópera del pueblo’. Se inauguró el 14 de julio de 1989, con las celebraciones del bicentenario de la caída de La Bastilla.


Representantes de la prensa de Turismo acudieron a la fiesta.
         Cárcel de represaliados
     Si miramos a la historia, la Bastille había sido durante años la cárcel de muchas víctimas de la arbitrariedad monárquica. Allí se encarcelaban sin juicio a los señalados por el Rey con una simple ‘lettre de cachet’.
     Era una fortaleza medieval en pleno París, cuyo uso militar ya no se justificaba. En los ‘Cuadernos de Quejas’ de la ciudad de París ya se pedía su destrucción, y el ministro Necker pensaba destruirla desde 1784 por su alto coste de mantenimiento. En 1788 se había decidido su cierre, lo que explica que tuviera pocos presos en 1789.
     En el momento de su caída, el 14 de julio de 1789, sólo acogía a cuatro falsificadores, a un enfermo mental (Auguste Tavernier), a un noble condenado por incesto y a un cómplice de Robert François Damiens, autor de una tentativa de asesinato sobre Luis XV.
     Según algunos autores, la importancia de la toma de la Bastilla ha sido exagerada por los historiadores románticos, como Jules Michelet, que quisieron hacerla un símbolo fundador de la República.

Cónsules de diferentes países y áreas muy diversas participaron de la recepción francesa.
     Asedio y 98
     muertos
     Otros autores afirman que el sitio y la capitulación de la prisión no debió ser un hecho muy heroico en vista de que sólo era defendido por un puñado de hombres, y que los únicos muertos habrían sido el alcaide Bernard de Launay y el político Jacques de Flesselles.
     Pero los documentos de la época dejan constancia de que el 14 de julio de 1789, la fortaleza estaba defendida por 32 soldados suizos y 82 ‘inválidos de guerra’, disponiendo de cañones y de municiones en abundancia. El asedio se saldó con 98 muertos, 60 heridos y 13 mutilados, entre los asaltantes.


El cuerpo consular debatió con representantes de la prensa.
     Multitud enfurecida
     En los dos días anteriores a la toma de la Bastilla, una multitud creciente, blandiendo bustos de Necker y el duque de Orleans, cruzó las calles hacia la Plaza Vendôme, donde había un destacamento de Royal-Allemand Cavalerie (fuerte regimiento de caballería en la germanófona Alsacia), con el que lucharon con una lluvia de piedras.
     En la Plaza Luis XV, la caballería, comandada por el príncipe de Lambesc, disparó al portador de uno de los bustos y murió un soldado. Lambesc y sus tropas cargaron contra la muchedumbre y un civil, según los informes, fue la única baja de los manifestantes.
     A las 10 de la mañana del 14 de julio de 1789 y a pesar de la negativa del día anterior, unas 100 000 personas invadieron el Hôtel des Invalides para reunir armas (entre 29 000 y 32 000 mosquetes sin pólvora o munición, 12 cañones y un mortero).


Los invitados disfrutaron de la Fiesta Nacional francesa.
    ​ Los Inválidos estaban protegidos por cañones pero la toma fue sencilla porque sus guardias parecían dispuestos a no abrir fuego sobre los parisinos. A sólo unos cientos de metros, varios regimientos de caballería, de infantería y de artillería acampaban sobre la explanada de Campo de Marte, bajo el mando del Barón de Besenval.
     El noble reunió a los jefes de los cuerpos para saber si sus soldados marcharían sobre los amotinados. Unánimemente, respondieron que no. Este acontecimiento capital pudo haber cambiado el curso del día. Y no sólo de la jornada, sino de la Historia venidera.

El cónsul de Franciua en Bilbao y norte de España, junto al alcalde de la capital vizcaína y otros invitados.